Ennio Rodríguez
En décadas anteriores, cuando la moda en materia de desarrollo era pensar que el culpable del subdesarrollo era el Estado y sus intervenciones, se llegó a plantear, incluso a idealizar, el gran potencial del sector informal. Se argumentaba que el Estado era generador de ese sector por sus ineficientes intervenciones y este, a su vez, un ejemplo de capitalismo creativo, el cual se debía estimular y dejar a sus anchas.
El romanticismo con respecto al sector informal debe repensarse. El sector informal actúa, por definición, al margen de la ley. Si un vendedor ambulante, por ejemplo, recibe productos defectuosos, tiene varios cursos de acción ante sí, en vista de que no puede acudir a las autoridades, puede tomar la justicia en sus propias manos y recurrir a la violencia, puede ignorar a quienes lo estafaron y estafar por su cuenta a sus clientes, o puede combinar ambos cursos de acción. El punto es que el sector informal puede tener una vinculación cercana con la violencia. Mayor informalidad, mayor violencia en el manejo del conflicto.
Ahora bien, cuando irrumpe con fuerza el crimen organizado, el sector informal pasa a desempeñar nuevos papeles. Uno de los mecanismos privilegiados del lavado de dinero del crimen organizado es el contrabando. Se compran productos de contrabando con dinero producto de actividades ilícitas, estos a su vez, se distribuyen por medio de las pandillas articuladas por el crimen organizado, al sector informal, el cual pasa a ser parte de la red de blanqueo de activos. En la actualidad, en Colombia, estos mercados informales, o “san andresitos” como se les conoce, ofrecen cualquier producto. Sufren el sector formal, el fisco y los consumidores, quienes atraídos por bajos precios, pueden ser defraudados o correr riesgos de salud por productos defectuosos.
Gran desafío. Los vendavales del crimen organizado apenas se inician en Costa Rica. Conforme los países del norte cosechen sus éxitos en la confrontación ya iniciada, habrá un desborde al sur. La geografía nos condena a tener que enfrentar al crimen organizado como el mayor desafío de nuestra historia contemporánea.
El sector informal, lejos de la imagen bucólica, es uno de los puntos de aquiles de penetración de la violencia y del crimen organizado, al convertirse en el último eslabón de la cadena. Es pertinente, por lo tanto, una estrategia de incorporación del mayor número al sector formal. Lo cual debe incluir simplificación de trámites para el establecimiento de empresas, programas activos de promoción de la legalización, incluida centralmente la capacitación, y el brazo fuerte también, particularmente con inteligencia, para desmantelar las redes de distribución del contrabando.
Las dimensiones de los programas de incorporación de micro- y pequeñas empresas al sector formal debe tener, además, dimensiones locales: tarea para los cantones y sus alcaldes.
Pero el sector informal es también resultado de la falta de oportunidades en el sector formal, ya sea por falta de crecimiento del empleo (bajas tasas de crecimiento económico) o falta de destrezas, particularmente de parte de quienes desertan del sistema educativo sin completar la secundaria. Por lo tanto, las debilidades de las políticas económicas y sociales contribuyen a la vulnerabilidad ante la irrupción del crimen organizado. De tal manera que repensar el sector informal debe llevar a repensar el propio Estado. Las actuales circunstancias demandan nuevos niveles de efectividad de sus políticas. No hay tiempo para la discusión ideológica. Un necesario salto de calidad y cantidad de las políticas preventivas en lo social y represivas en lo policial, así como un marco de crecimiento sostenido, deben ser el contenido de un diálogo y concertación nacionales y de ahí deducir las urgentes necesidades de la reforma fiscal. Es un asunto de seguridad nacional.
http://www.nacion.com/2011-05-21/Opinion/PaginaQuince/Opinion2785028.aspx