Ennio Rodríguez
A inicios de la crisis del 2008, se escuchaba “ahora todos somos keynesianos”. El estímulo de la demanda mediante la expansión del gasto público y políticas monetarias expansivas constituyeron la nueva ortodoxia.
El colapso de las burbujas de los bienes raíces dejó deprimida la demanda privada de consumidores altamente endeudados, por lo cual, se argumentaba, políticas monetarias expansionistas no podían revertir por sí solas la falta de demanda ni estimular la inversión, por lo tanto, se debía aumentar el gasto público.
En el 2011, el diagnóstico es similar, la demanda sigue deprimida, pero ya no es cierto que seamos keynesianos.
La política económica pasó a estar dominada por preocupaciones en torno a la deuda y a la necesidad de reducirla.
Se defiende ahora la austeridad como virtud y se extrapola, de manera simplista, la realidad de un hogar o de las pequeñas y medianas empresas a la macroeconomía de un país.
Se dejó de discutir de macroeconomía.
En las elecciones más recientes en los países desarrollados, los votantes parecen haber castigado a los políticos keynesianos por no haber reducido el desempleo y votaron por políticos conservadores cuya propuesta probablemente aumente el desempleo.
Si aún estamos en una situación de desempleo keynesiano y se aplica la austeridad, lo más probable es que se precipite una nueva caída de la producción.
En el mundo actual, con los países desarrollados con bajo o nulo crecimiento y otros como China y Brasil enfriando sus economías, ¿quién va a crecer?, y sin crecimiento, ¿quién va a atender sus deudas? elfinanciero