Glorianna Rodríguez
En enero de este año, mediante una serie de protestas en el Túnez, los activistas lograron derrotar al dictador Zine el-Abidine Ben Ali. Es por ello que Túnez fue la cuna del movimiento que se ha denominado la primavera árabe y la musa de todos los movimientos posteriores. Sin embargo, hoy día, Túnez se encuentra ante una nueva coyuntura política y social. El 23 de octubre los tunecinos eligieron una asamblea cuyas labores incluyen redactar una nueva constitución política y, consecuentemente, de establecer su régimen político.
Históricamente, la transición entre un movimiento popular y un nuevo modelo político siempre ha sido enmarañada. Cabe señalar que la Revolución Francesa empezó en 1789 como una protesta en contra del monarca absoluto, inspirado por los conceptos de libertad, fraternidad e igualdad, provenientes de la filosofía ilustrada. Sin embargo, la Revolución terminó con el golpe de estado de Napoleón en 1799. Lastimosamente, cabe mencionar que los revolucionarios por más que
desearan cambiar la dinámica social, no estaban adecuadamente preparados para lidiar con las complejidades de organización política inherentes a cualquier grupo de seres humanos. Para muchos su aspiración se había limitado a la adquisición del poder; pues, la adquisición el poder político había sido la vez su objetivo y su solución. No obstante, al consolidar su poder, descubrieron que esto en sí no resolvería el malestar social. Y la verdad es que no estaban preparados para lidiar con los dilemas sociales ni habían previsto un verdadero modelo social a seguir. La ausencia de liderazgo inevitablemente provocó una inestabilidad política, social y económica. De tal modo que cuando surgió la dictadura de Bonaparte, gran parte de la sociedad lo apoyó; pues él les ofreció la posibilidad de obtener el orden, el trabajo y por lo tanto su pan cotidiano.
Por otro lado, la revolución islámica en Irán de 1979 demuestra otro antecedente preocupante. La revolución empezó en 1977 como un movimiento de desobedeciencia civil. Inicialmente, el movimiento era una colaboración entre grupos religiosos y seculares, unidos por su deseo de derrotar al Shah Mohammad Reza Pahlavi. Sin embargo, al provocar su exilio los diferentes grupos se fragmentaron. De 1979 hasta 1982, Irán entró en una “crisis revolucionaria” en la cual el gobierno y las fuerzas militares habían colapsado. Ese periodo terminó cuando Khomeini derrotó a los opositores para consolidar su poder. El historiador Zabih ha comentado que "lo que comenzó como una auténtica revolución popular y anti-dictatorial, basado en una amplia coalición de todas las fuerzas anti-Shah pronto se transformó en una toma de poder por los fundamentalistas islámicos”.
Ante estos antecedentes históricos de Francia e Irán, cabe preguntarse si Túnez logrará una verdadera metamorfosis sociopolítica. Cabe señalar que Túnez ha dado algunas señas positivas. En agosto se convirtió en el primer país árabe en aprobar, sin reserva alguna, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Según Nadya Khalife de Human Rights Watch, esta decisión demuestra el compromiso de Túnez con los derechos de las mujeres. Sin embargo, las encuestas han demostrado que el partido islámico, al-Nahda podría obtener el 20% del voto, lo cual ha agitado a los secularistas. En octubre 16, realizaron una protesta para afirmar su deseo por un estado secular y liberal. No obstante, el número de personas que comparten esta tesis todavía está por definirse.
En fin, para impulsar una transformación política no basta el descontento social. Se requiere ir más allá de las palabras y las protestas, se hace necesaria una labor más compleja mediante la cual se establezcan las instituciones y los sistemas que materialicen sus valores. Ese es el desafío que hoy confronta Túnez: la cristalización institucional de un nuevo sistema de valores. Los precedentes mencionados se hicieron con el propósito de ilustrar la dificultad del tránsito en Túnez. Pero cabe mencionar que la historia nunca se repite a sí misma, pues ni la democracia ni las sociedades se pueden reducir a simples ecuaciones, sino que son odiseas a través de su propio laberinto.
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