Ennio Rodríguez Economista ennio.rodriguez@gmail.com
Conforme el baricentro económico se desplaza de occidente a oriente, cada vez a velocidades más aceleradas, debido tanto a la crisis de occidente como a la forma en que la han enfrentado, dos gigantes, cada uno con más de un sexto de la población mundial, pasarán a ejercer su influencia en esferas que trascienden lo económico. Posiblemente, los dos grandes emporios de la segunda mitad del siglo XXI serán Shanghái y Mumbái. Corresponden a dos modelos particulares de capitalismo autoritario en China y capitalismo democrático en India. Sin embargo, ninguno de los dos puede entenderse únicamente a partir de estos conceptos típicamente occidentales.
En 28 años, China ha logrado sacar de la pobreza a 700 millones de habitantes. Esto no tiene precedentes en la historia mundial. Se requiere, evidentemente, mayor estudio de este fenómeno inédito de desarrollo económico. No obstante, algunos observadores como Reuben Abraham, han señalado que no fue a partir de políticas públicas sociales, sino de crear el clima de negocios para que entes públicos y privados florecieran en el mercado. El éxito parece haberse logrado a partir de creación de nueva riqueza basada en el mercado y no de redistribución de la ya existente.
India viene rezagada con respecto a su vecino. Sus empresas no alcanzan las dimensiones ni la competitividad de sus rivales chinas u occidentales (The Economist estima que se demorarán un par de décadas) y se mantienen como conglomerados familiares sin especialización sectorial y sin inversionistas institucionales. Es un modelo empresarial todavía incipiente, tal como el que se observa en América Latina, y con corrupción pública rampante, que los grupos medios empiezan a combatir fuertemente.
Si se le compara con China, también es evidente su rezago en infraestructura y el sector informal todavía proporciona el 40 % del empleo. En lo social, el sistema de castas sigue pesando como un lastre. No obstante, a su favor, y en contraste con China, las empresas indias han incursionado en la frontera tecnológica y cuentan con una cantera de profesionales de universidades tecnológicas propias que rivalizan con las mejores de Estados Unidos y el Reino Unido.
Tradición de diálogo. El mundo contemporáneo globalizado enfrenta grandes desafíos producto de poner en contacto a diferentes culturas y tradiciones religiosas. Se requiere una visión y actitud que supere el eurocentrismo del siglo XX. Pues bien, India ha enfrentado con éxito desafíos semejantes. Como señala Amartya Sen en su libro The Argumentative Indian, este país se ha caracterizado por la tolerancia, la aceptación de la heterodoxia y el escepticismo, lo cual ha desembocado en una tradición de diálogo.
La democracia más grande del mundo parte de la aceptación de su diversidad y el respeto a sus tradiciones milenarias, y sus métodos de convivencia se fundan en el diálogo y no en la represión o intolerancia. Ha resuelto en su propio macrocosmos, lo que a nivel global se percibe aún como choque de civilizaciones.
¿Puede la India servir de ejemplo y exportar esa esencia de su civilización? La verdad es que está en una situación ideal para ejercer el llamado soft power, como lo definió Nye, la capacidad de un país de influir en la conducta de otros por medio de la atracción de su cultura, valores e ideas (mientras que el hard power se basa en acciones militares o incentivos económicos). Para empezar, India no tiene herencias negativas del ejercicio del hard power. En contraste con China, no tiene una historia de invasiones en el este y el sudeste de Asia, ni disputas en el mar de de China Meridional. Pero además, tiene a Bollywood que ya sobrepasó a Hollywood en la producción cinematográfica. Tiene el prestigio de la revolución no violenta de Ganhdi y, hoy, la imagen de alta tecnología. Finalmente, la influencia de la cocina india es universal.
Pero quizás, para asumir un mayor liderazgo mundial, India deberá demostrar su hard power en el terreno del crecimiento económico, para lo cual deberá regresar a tasas de crecimiento del 10% por año (frente al 7% actual) de una manera sostenida para lograr su transformación económica. Manmohan Singh inició una revolución económica, primero como ministro de Hacienda y luego como Primer Ministro. En 1992 sacó a India de la ineficiente planificación socialista al estilo soviético, e inició la liberalización de su economía y la sometió a la competencia. La respuesta en crecimiento ha sido extraordinaria.
No obstante, los Índices de Hambre Global, si bien muestran mejorías importantes al pasar de 30,4 en 1990 a 23,7 en el 2011, todavía son muy elevados. Evidencia de que la reforma debe continuar: el Estado sigue grande y esclerótico, incapaz de una gobernanza moderna, la justicia es lenta y el rezago en infraestructura es asfixiante. India deberá demostrarse y demostrar a todos que está dispuesta a dar el salto al desarrollo y asumir así una posición de liderazgo regional y mundial.
Si se diera una adecuada combinación de soft y hard power, India podría convertirse en el centro de un nuevo renacimiento del siglo XXI, multicultural y democrático, donde florecen las artes, pero también eficiente y capaz.
http://www.nacion.com/2011-11-10/Opinion/-por-que-india-.aspx