sábado, 29 de septiembre de 2012

Delincuencia trasnacional





Glorianna Rodríguez

Históricamente, los derechos humanos tutelan valores universales y profundos, sin embargo, su legalización fue la reacción a las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. Esos abusos revelaron la necesidad de proteger a los seres humanos por encima de la voluntad estatal. Los grandes crímenes de la guerra fueron impulsados y cometidos por diversos gobiernos europeos. Los campos de concentración y las masacres fueron realizados al tenor literal del derecho positivo. Eso reveló que la soberanía nunca podía ser absoluta, sino que debería ser frenada por valores supraestatales.

Sin embargo, hoy día, salvo algunos casos concretos (Corea del Norte, Siria, Irán), algunas de las peores amenazas no provienen de los estados sino de parte de actores no estatales, tales como el crimen organizado, las pandillas y el terrorismo. Es por ello que el discurso moderno de los derechos humanos debe tomar en cuenta las amenazas actuales a la libertad, la igualdad y la seguridad. El punto de partida de esta doctrina es siempre la dignidad. En el pasado eso implicó la participación política, la calidad de vida y la autodeterminación cultural. Se deben reinterpretar estos conceptos para incluir, además, esta nueva dimensión. Efectivamente, la esencia propia del contrato social es la convivencia pacífica de los seres humanos. La proliferación de la delincuencia trasnacional trae consigo la impunidad y la violencia, lo cual mina por completo esos supuestos.

A raíz de estos nuevo fenómenos, Naciones Unidas ha tomado diversos acuerdos. En 2000 se promulgó a la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, la reconoce que “Si la delincuencia atraviesa las fronteras, lo mismo ha de hacer la acción de la ley”. Para complementar ese tratado, se promulgaron el Protocolo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños, y el Protocolo contra la fabricación y el tráfico ilícitos de armas de fuego, sus piezas y componentes y municiones.

Cabe mencionar que estos tratados internacionales responden a los grandes ejes de los delitos internacionales. El crimen organizado representa una de las mayores amenazas. En el 2005 la Oficina contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas calculó que este genera alrededor $322 miles de millones por año. Además, por su propia naturaleza, el crimen organizado amenaza al estado de derecho debido a que trata de penetrar y corromper el sistema político y judicial. Por otra parte, la trata de personas representa otra grave amenaza, debido a la severidad de los abusos que sufren las víctimas. Según la Organización Internacional de Trabajo, este delito genera $32 miles de millones anualmente y se calcula que 14,5 millones de personas son víctimas de explotación laboral, 4,5 personas son víctimas de explotación sexual y 2,2 millones son esclavizadas. Mientras que el tráfico ilícito de armas de fuego, según los cálculos reportados por el Council on Foreign Relations es un negocio cuyo valor se estima en mil millones de dólares anuales.

Sin embargo, Naciones Unidas no debe ser el único que promueve el bienestar común ante los abusos de los delitos trasnacionales. Estos obligan a una una mayor coordinación dentro de los propios países, pero también en los planos regional e internacional. Desde esta óptica, algunos avances que se han hecho en el contexto regional son positivos. Estos incluyen, por ejemplo, el Acuerdo Anti-trafico firmado entre Vietnam y Tailandia para luchar contra la trata de personas.

Lamentablemente, los delitos transnacionales hoy día están redefiniendo la realidad geopolítica. Para poder enfrentarlos se tendrá que dar un verdadero esfuerzo de colaboración y coordinación multinacional, pero este se debe emprender desde la óptica de los derechos humanos. Lejos de hacerlos irrelevantes, el contexto actual los hace más necesarios. Cabe mencionar que en la mayoría de los casos, la traducción de esas aspiraciones nobles a sus versiones jurídicas, solamente ocurrió después de periodos oscuros y sangrientos. En cada contexto deben ser como una especie de brújula para guiar paulatinamente desde el oscurantismo de la violencia hacia un nuevo contrato social basado en la dignidad, el bienestar colectivo y la paz. Hoy nuevamente, ante estos nuevos desafíos a la convivencia que plantean los delitos trasnacionales, la respuesta colectiva debe centrarse en esas aspiraciones superiores de la humanidad.

domingo, 23 de septiembre de 2012

La leyenda urbana de don Álvaro Monter



Ennio Rodríguez
En su cuarto artículo de comentario a  uno mío titulado “Nos amenazan fuerzas centrífugas” (www.nacion.com/2012-09-05/Opinion/Nos-amenazan-fuerzas-centrifugas.aspx), inicia mi distinguido profesor don Álvaro Montero con acotaciones con las cuales estoy de acuerdo sobre la propagación del consumismo y el individualismo, sobre lo cual también he publicado anteriormente. Para mí, este materialismo individualista es quizás la fuerza más destructora de las sociedades contemporáneas. Las peores consecuencias de la globalización provienen precisamente de su conjunción con los valores consumistas individualistas. Pero aclaro, estos Los cuales son valores y no ideología, y de adopción rápida, pues parten de un principio hedonista, por eso la publicidad induce tan efectivamente estos patrones de comportamiento.
No tengo ningún problema en discutir sobre el crimen organizado transnacional.  Mi apretada síntesis sobre el tema tenía el objetivo de introducir  esta importante fuerza disociadora de nuestra Costa Rica contemporánea parte del reconocimiento geográfico de nuestra ubicación en una ruta de tránsito entre los países productores andinos y los grandes mercados consumidores, particularmente Estados Unidos.  Desafortunadamente, a pesar de que las causas iniciales son foráneas, estas  echan raíces  en nuestro medio, de tal manera, que la evolución de territorio de tránsito lleva aparejada un aumento del consumo, eventualmente producción y lavado, y un aumento de la violencia. Las situaciones de pobreza y desigualdad en la distribución del ingreso y la atracción del consumismo desenfrenado son el caldo de cultivo para que una población de jóvenes se coloquen en una situación de riesgo. Por eso la sociedad de invertir en estas poblaciones riesgo.  Por eso el gasto social debe aumentar. Por eso los ingresos fiscales deben aumentar.  El mejor combate a los estragos del narcotráfico se asienta en sólidos programas de prevención social.  Pero debido al origen inicialmente externo del problema debe reconocerse una responsabilidad compartida con los países productores y consumidores con los centroamericanos. No obstante, la responsabilidades no se han asumido en la manera diferenciada que los aportes al problema deberían significar en aportes a su enfrentamiento.
Luego de acuerdo con su método discursivo, don Álvaro hace un cambio conceptual, sobre la marcha, para, de esta manera, cuestionar mi argumentación sobre la leyenda urbana en torno al neoliberalismo. En mi concepción este es una ideología que parte del presupuesto que toda acción del Estado arroja resultados contrarios al bien común.  Es una ideología y no un proceso histórico. Don Álvaro asimila el concepto de neoliberalismo a la globalización y a la economía política de sus vinculaciones con los intereses locales. Puedo estar más o menos de acuerdo con su descripción del proceso histórico y en la ponderación de las variables explicativas. Pero esto no es neoliberalismo. Esta es la confusión metodológica que produce la leyenda urbana. Una cosa son las fuerzas materiales del cambio tecnológico, las lógicas de los mercados, las apropiaciones de las rentas monopólicas que estos generan y sus impactos en la distribución del ingreso, lo cual se vincula, pero no de una manera determinística, con los procesos políticos. La discusión ideológica pertenece a otro plano pues es un instrumento de la política. Atribuir el concepto de neoliberalismo a las corrientes históricas del desarrollo material, que trascienden la política y la discusión de las ideologías, es el origen de las confusiones de muchos de los discursos que intentan ser progresistas en nuestro medio.
Bajo este expediente si el neoliberalismo es una ideología representada por unas cuantas personas, que supuestamente dominan algunos partidos políticos, pero a la vez el neoliberalismo es la principal fuerza de cambio mundial producido por el triunfo del capitalismo como modo de producción dominante, se cae en el simplismo de pensar que es suficiente hacer una gran coalición anti-neoliberal (como movimiento ideológico político) para destronar  el egoísmo consumista y dar pie a una utopía humanista solidaria. Además, puede dar origen a una cacería de brujas, pues es suficiente endilgarle el calificativo de “neoliberal” a cualquier persona para descalificarla totalmente en los planos intelectuales y políticos. No don Álvaro, la discusión debe ser sobre las alternativas de cambio político, pero asentadas en el análisis de la realidad. Estoy de acuerdo que la meta debe ser lograr una sociedad asentada sobre pilares de humanismo y solidaridad, pero también sobre un fundamento de eficiencia y competitividad internacional de la producción.  Cómo se articula esto es el desafío de nuestros tiempos.  Pero me temo que plantear una gran coalición anti-neoliberal para lograr todo esto, es un proyecto político asentado en un diagnóstico producto de una leyenda urbana basada en una confusión de una ideología con las fuerzas de la historia y, por lo tanto, sin planteamiento alternativo coherente. Oponer una ideología no es lo mismo que intervenir en las fuerzas de la historia, especialmente si se  reconoce la existencia de un modo de producción dominante.