Ennio Rodríguez
Al cumplir sesenta años puedo confesar, con Neruda,
que he vivido. Hace sesenta años mi mamá se encontraba visitando a mi
papá en el Hospital San Juan de Dios, quien acababa de sufrir una
operación, cuando sintió los dolores de parto. No tuvo que ir lejos, la
trasladaron a otro piso. Así me recibieron en el hogar que ellos habían
formado.
Mi madre hasta la fecha me sigue prodigando su amor y
se preocupa por mi bienestar igual que cuando era niño. Mi padre ya no
nos acompaña, pero dejó la impronta indeleble de sus valores y
principios en mi conciencia. Mi segunda gran bendición ha sido el hogar
que yo formé.
Ha sido una vida intensa de
descubrimientos personales, en la cual he podido percibir a la muerte no
solo como la eventualidad ineludible de todo ser vivo, sino como
cercanía de una posibilidad que se puede materializar repentinamente.
Así, he aprendido a disfrutar este misterio con mayor intensidad.
También
me he percatado de grandes avenidas de significado, de crecimiento.
Estos incluyen el amor, la belleza y la verdad, como caminos
independientes y poderosos, pero que se entrelazan y se vuelven caras de
una misma realidad, donde la verdad es bella, la belleza, verdadera, y
la realidad última, el amor, radiante de belleza y verdad profunda.
Así,
existe el camino de la compasión y la devoción, el favorito de muchos;
pero también la búsqueda y expresión estética es norte para algunos;
mientras que otros se adentran en los misterios científicos y
filosóficos. Ningún camino es superior a otro ni debe perseguirse de
modo exclusivo, pero la naturaleza de cada cual tiende a favorecer algún
método de crecimiento.
Todos, a su vez, tienen un
patrón común: provocan el silencio interior para, mediante la
concentración en el momento, realizar la tarea de la mejor manera. En
estos momentos de silencio y creatividad se crece, pero también se
descubren dimensiones de paz, gozo y serenidad que invitan a continuar
adentrándose para experimentar la espiritualidad de la vida y percatarse
de sus significados precisamente en la trascendencia catapultada por el
silencio interior.
Otros buscan el silencio
directamente en lo que se conoce como la oración de contemplación en la
tradición cristiana y la meditación en las tradiciones orientales. El
camino directo. El silencio como objetivo de trascendencia de una
conciencia refleja, consciente de su observación gozosa, contemplación
que absorbió al contemplante.
En contraposición al
camino de ascenso directo, pero también al silencio fruto de la triada
de caminos de acción (búsqueda y práctica de la estética, verdad y
compasión), están los desvíos: estos son los del mínimo esfuerzo. Además
de la maldad y la auto-destrucción, evidentes rutas hacia el
desasosiego e intranquilidad interiores, están los desvíos más sutiles.
Sutiles por cuanto frecuentemente se disfrazan de motivaciones
superiores.
Un conjunto grande de estos se
concentran en torno a las infinitas posibilidades de la vanidad, las
cuales abarcan incluso los propios senderos espirituales. Otro grupo
tiene al miedo como denominador común, el cual desencadena acciones
negativas o paraliza la acción. Por su parte, el hedonismo tiene
fronteras complejas de descubrir, pero el ascetismo también las puede
tener. Por eso, la vida es un descubrimiento constante.
La
contraposición de caminos de crecimiento o los desvíos del engaño se
conocen por sus efectos en la paz interior, nunca mediante el diálogo
bullicioso interno, el cual corresponde normalmente a las rutas de
desvío. En definitiva, en el silencio interior está la posibilidad de
trascenderse, y en la trascendencia, la manifestación de la unión, de la
comunión con sustratos significantes, mientras que en las trampas de
los desvíos se asientan la separación y el aislamiento, la antítesis de
la comunión. La vida como búsqueda de significado mediante el tránsito
de vías trascendentes. ennio.rodriguez@gmail.com