Ennio Rodríguez
Un Estado debe ser capaz de mediar en los conflictos entre los
distintos grupos de presión y clases sociales, y de aproximar el bien común
sobre la base de derroteros definidos por acuerdos nacionales sobre la
dirección del desarrollo del país. Un Gobierno expuesto a los grupos de presión
y reactivo a sus demandas va perdiendo su razón de ser como administrador del
Estado.
La crisis nacional del Estado costarricense es mucho más profunda
de lo que se aprecia en la discusión política, pues deviene, cada más, en un
administrador de demandas de grupos dentro y fuera de él que defienden y
consolidan sus privilegios. Cada vez es más débil en la defensa del bien común
y no hay consenso sobre los grandes derroteros del desarrollo nacional.
Estamos, pues, ante un crisis de Estado y se escuchan explicaciones simplistas
que no atienden el fondo del asunto.Modelo de desarrollo. La Revolución del 48 permitió construir un Estado que se erigió con independencia frente a los grupos de presión e impulsó un nuevo modelo de desarrollo basado en el respeto al sufragio universal (por primera vez, votaron las mujeres) y una institucionalidad acorde con los conceptos de desarrollo de la época: la sustitución de importaciones industriales, la integración regional, el Estado empresario y el fortalecimiento del Estado benefactor.
La crisis de agosto de 1981 marcó el fin de una época y el inicio del debilitamiento del Estado en su capacidad de dirimir el conflicto de clases y grupos de presión. El bonapartismo del Estado costarricense (en la terminología de Karl Marx) se minó con la fuga de capitales y la redefinición de la preponderancia del sector exportador, pero nuevos grupos también aumentaron crecientemente su predominio, tales como el sector financiero, y gremios y funcionarios dentro del sector público, entre otros.
Grupos de presión. A pesar de importantes políticas y nuevos programas como el Sistema Financiero de la Vivienda, que ha logrado que nuestro país tenga el menor déficit de vivienda de América Latina, el programa Avancemos, las redes de cuido y muchos más, el Gobierno es cada vez más reactivo ante demandas de grupos de presión que lo capturan de acuerdo con sus intereses. No existe una visión global del Estado ni del desarrollo nacional.
La versión simplista en boga es que el Estado está carcomido por
la corrupción y esto explica su debilidad. De acuerdo con este diagnóstico, es
suficiente sacar a los corruptos para que se arreglen sus problemas. La
corrupción es una tragedia ética para una sociedad y debe ser combatida
permanentemente. Costa Rica, sin embargo, en términos comparativos con los
países en desarrollo, tiene una institucionalidad relativamente fuerte para
prevenir y sancionar la corrupción, al punto que decisiones que significarían
una mala asignación de recursos rara vez se materializan. Sin bajar la guardia
en este asunto, el tema del Estado y el desarrollo no se agotan con esta lucha,
que a veces parece degenerar en un circo romano dirigido por algunos medios de
comunicación y políticos que se sienten con derecho a juzgar y sentenciar, sin
debido proceso, violando los derechos humanos.
La otra explicación simplista es que en Costa Rica se implementó
un modelo neoliberal de desarrollo, lo cual es falso. Para citar solo un
elemento, el Estado benefactor, a pesar de las debilidades de la CCSS, se ha
venido fortaleciendo con la dedicación de mayores recursos a lo social y
programas novedosos, sin desmantelar ninguno de ellos.
Pacto nacional. Para construir un Estado mediador y
desarrollista, no debemos esperar a una nueva revolución. Ejemplos como las
transiciones a la democracia de España y Chile muestran el camino: un gran
pacto nacional de convergencia y unidad sobre algunos puntos fundamentales,
cuya agenda deberá ser el primer punto a decidir. Dentro de esta, la reforma
fiscal se impone como tema central, pues, si nuevos impuestos son difíciles
desde un punto de vista político, la rebaja de los gastos lo será aún más (es
falso que, si recortan supuestos abusos, esto sería suficiente para hacer
obra).
También quisiera repetir la necesidad de evolucionar hacia un
sistema parlamentario, pues el régimen presidencialista es disfuncional con una
multiplicidad de partidos con representación legislativa, y un reglamento y
jurisprudencia respectiva que aseguran la posibilidad de irrespetar a las
mayorías.
Desafío. Desde esta perspectiva, el desafío para el recién
electo presidente es trascender las infinitas negociaciones políticas de corto
plazo dentro de su propio partido y con otros para, por ejemplo, obtener el
directorio político de la Asamblea Legislativa, y tomar distancia y proponer,
con visión de estadista, la recomposición del Estado nacional.
Publicado en La Nación 24/04/2014
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